El Diario de Ana Frank y la enseñanza del Holocausto

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El Diario de Ana Frank es uno de los libros más conocidos del mundo. Hasta el día de hoy, se recomienda su lectura en muchas escuelas secundarias (judías y no judías por igual) como parte de los programas de educación sobre el Holocausto. Considerando la vasta cantidad de material disponible sobre este tema, ¿por qué sigue siendo tan popular este libro? ¿Cómo sigue despertando interés entre los adolescentes? ¿Cuál es su contribución especial a la enseñanza del Holocausto?

 

A pesar de haber sido escrito hace casi 80 años, el Diario de Ana Frank continúa atrayendo a nuevos lectores. Mucho se ha dicho sobre la habilidad literaria de la autora, pero sigue siendo asombroso el grado en que los jóvenes de hoy se identifican con una adolescente que describe su sombría existencia diaria dentro de un anexo oculto en el corazón de Ámsterdam, dominado por los nazis entre 1942 y 1944. Quizás el secreto radica en una combinación de la descripción sincera de Ana sobre su rutina diaria, el sufrimiento causado por la guerra y los conflictos generados por la intensa proximidad compartida por los habitantes del anexo; la forma en que no ahorra críticas a nadie, incluida ella misma; y, por supuesto, su despertar curiosidad respecto a la sexualidad. Cuando el tema involucra a adolescentes, se crea una identificación que cruza las barreras del tiempo y el contexto, ayudando a los jóvenes contemporáneos a percibir la realidad dada con los ojos de un igual, una “hermana imaginaria” (Lafon), como muchos jóvenes tienden a fantasear.

 

La identificación es un objetivo fundamental en la educación sobre el Holocausto, y por tanto, la personificación es una estrategia clave para transmitir la información histórica. Mientras que durante muchos años se enseñó el Holocausto utilizando cifras inconcebibles e imágenes aterradoras de cuerpos no identificados, esta pedagogía ha cambiado, con una mayor conciencia de la importancia de atribuir nombres a las personas, relatando sus historias personales y así despertar un mayor nivel de identificación. Según Carlos Reiss, coordinador general del Museo del Holocausto en Curitiba, hubo un “cambio de paradigma, del ‘estadístico’ y masivo hacia el apego al ‘nombre’ y hacia el ‘individuo’.” Además de respetar la dignidad de las víctimas, conocer su historia nos sensibiliza como observadores precisamente porque nos identificamos con algún aspecto de sus vidas. Primo Levi escribió que una sola Ana Frank genera más emoción que un número infinito que sufrió junto a ella pero cuyas imágenes permanecen en las sombras.

 

¿Cuál es el objetivo de mostrar imágenes terribles de cuerpos arrojados en fosas, personas hambrientas, rostros desprovistos de expresión, montones indistinguibles de zapatos y objetos personales? Esta espectacularización del Holocausto choca y silencia. Su efecto es paralizar y hacer que el observador aparte la mirada. Otro error es asociar a los perpetradores con monstruos y tratar el Holocausto como algo irracional, inexplicable y de otro mundo. Porque al fin y al cabo, solo podemos evitar que algo similar vuelva a ocurrir si comprendemos qué condujo a este genocidio, las etapas de este proceso. Yehuda Bauer, un destacado erudito del Holocausto, solía decir que tratar este episodio histórico como algo inexplicable y misterioso resulta en convertir a los criminales “en víctimas trágicas de fuerzas que trascienden el control humano. Decir que el Holocausto es inexplicable es justificarlo.” Si queremos que nuestros estudiantes estudien, aprendan y se comprometan con esta memoria, debemos entender el Holocausto como un acto humano perpetrado por personas que, dentro de un contexto dado, fueron capaces de cometer las peores atrocidades.

 

Es interesante notar cómo Ana Frank comprendió que la guerra y sus horrores fueron llevados a cabo por seres humanos. Fue aún más allá al señalar que la responsabilidad de la tragedia también pertenecía a los “espectadores,” los observadores, es decir, aquellos que no eran ni víctimas ni perpetradores (una percepción que se refleja en la “doctrina del desprecio” de Levi). Dos años antes, ya percibía las fuerzas oscuras en la psique humana que conducirían a los campos de concentración y cámaras de gas.

 

“No creo que los grandes hombres, los políticos y los capitalistas sean los únicos culpables de la guerra. ¡Oh, no! El hombre común también está ansioso; de lo contrario, la gente del mundo se habría levantado en rebelión hace mucho tiempo. Hay un impulso y una rabia en las personas por destruir, matar, asesinar, y hasta que toda la humanidad, sin excepción, sufra un gran cambio, se librarán guerras; todo lo que se ha construido, cultivado y crecido será destruido y desfigurado, después de lo cual la humanidad tendrá que comenzar de nuevo.”

 

Ana Frank era una niña que soñaba, que tenía deseos, que quería estar con sus amigos, vivir nuevas experiencias y, sobre todo, crecer en libertad. Su angustia por vivir bajo el terror de la proximidad de la muerte, incapaz incluso de mirar por una ventana, es desgarradora. A pesar de que el contexto del Holocausto es específico y brutal, sabemos que, lamentablemente, no hay lugar libre de prejuicio y discriminación. El antisemitismo que leemos en el diario de Ana Frank reverbera en el presente y en la violencia que azota a la sociedad contemporánea. Nunca se trata solo del pasado. Estudiar el Holocausto leyendo el diario de Ana Frank y otros testimonios es una forma de mirar al presente y a la humanidad en su totalidad. Debemos evitar que episodios similares vuelvan a ocurrir. Como sostiene Bauer, debemos comprender el Holocausto para que sea una advertencia y no un precedente.

 

En el diario, Ana expone las restricciones y la discriminación gradual sufrida por los judíos. Vemos cómo estas condiciones determinan la manera en que vivirá y morirá. El 20 de junio de 1942, Ana describe cómo comenzó la persecución en Holanda.

 

“Después de mayo de 1940, los buenos tiempos huyeron rápidamente: primero la guerra, luego la capitulación, seguida de la llegada de los alemanes. Fue entonces cuando realmente comenzaron los sufrimientos de nosotros, los judíos. Los decretos antijudíos se sucedieron rápidamente…”

 

Aunque el diario es tenso e incluye varios pasajes que transmiten dolor, angustia y sufrimiento, Lafon señala cómo varias ediciones han manipulado ciertos aspectos y critica la manera errónea y deshonesta en que a menudo se ha representado a Ana Frank en películas y en el teatro. Aquí hay una advertencia importante. Con cada lectura otorgamos un nuevo significado a la experiencia de Ana Frank, pero no debemos imponer nuevos significados, descontextualizar su historia o ignorar sus palabras. Nunca podremos imaginar lo que ella vivió, incluso al leer el diario, investigar su historia y visitar el anexo donde se escondió en Ámsterdam. El relato siempre tendrá algo inimaginable. Agamben llama a esto la paradoja de Auschwitz:

 

“Por un lado, lo que sucedió en los campos aparece a los sobrevivientes como la única realidad y, como tal, es absolutamente inolvidable; por otro lado, esa realidad es exactamente en la misma medida inimaginable o, mejor dicho, necesariamente excede sus elementos fácticos.”

 

Lafon describe una conversación con una sobreviviente en la que ella declara que no tiene palabras para describir lo que pasó y que es imposible de imaginar. Lafon comenta que realmente no se puede imaginar, pero aun así, “es necesario tratar de imaginar.” En resumen, esta realidad inimaginable no puede ser ignorada; debe buscarse incansablemente, porque es esta búsqueda la que nos humaniza y nos acerca al otro; es el lugar donde debemos estar. Imaginar la soledad de Ana Frank, sus miedos, su desesperación es lo que el diario nos invita a hacer. Más difícil, pero inevitable, es imaginar su final, que deja un vacío, una ausencia, un silencio atormentador. Esta lectura nos obliga a replantear nuestra presunta posición como observadores –ayer, hoy y siempre– porque para cualquiera que viva dentro de la sociedad, no hay forma de evadir toda responsabilidad con respecto a los demás.

 

 

Paulo, coordinador del área de judaica en la Escuela Eliezer Max de Brasil, es graduado con honores (magna cum laude) de la Maestría Internacional del Centro Melton.

 

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Bibliografía:

Agamben, Giorgio. O que resta de Auschwitz: o arquivo e a testemunha.

Bauer, Yehuda. Reflexiones sobre el Holocausto.

Frank, Ana. El Diario de Ana Frank.

Levi, Primo. Afogados e Sobreviventes: os delitos, os castigos, las penas

Reiss, Carlos. Luz sobre el caos: Educación y memoria del holocausto